jueves, 14 de mayo de 2009

CENA PARAELLAS

¿Has pensado alguna vez la posibilidad de tener una cena con ocho mujeres desconocidas pero que comparten contigo un mismo perfil......? ¡¡¡ATRÉVETE!!!

Con el novedoso concepto de CENA paraellas, intentamos fomentar el ocio y las relaciones personales, reuniéndo a 8 MUJERES desconocidas, convocadas previamente por las organizadoras del evento, bajo un tema comúm (viajes, deportes, música...etc. ¿Qué como puedes participar? Es muy fácil, cada mes seleccionamos un restaurante de la zona, en este caso en la Costa del Sol de Málaga y previamente después de inscribiros para participar y mandar vuestro perfil personal y algunas preguntas sobre intereses personales, se realiza la selección de las candidatas y se os convoca el dia tal a la hora tal en el sito tal. No os vais a arrenpentir. Son muchas las personas que mantiene una gran amistad e incluso algunas una relación sentimental. No te quedes en casa y disfruta de una cena en compañia de otras mujeres afines a tí.
¿Qué hay que hacer para particitar?

PRIMERO: tener ganas de pasarlo bien.
SEGUNDO: dejarse la timidez en casa, porque todas somos mujeres como tú.
TERCERO: inscribirse mandando vía email tu perfil personal, y las carácterísticas que te gustaría que tuviesen las asistentes a CENA paraellas. La inscripción son 10€ más 20 € de la cena que se pagaría personalmente en el restaurante. Desde hace tiempo estamos convocando CENA para ellas en Marbella, en el restaurante ARETÉ que os invito a que lo conozcáis porque repetiréis.

LA RUTA DEL CALIFATO

La Ruta del Califato es una aventura para el espíritu. De Córdoba a Granada, pasando por tierras de Jaén, nos adentramos en dos vuelcos de la historia, dos momentos irrepetibles, dos siglos de oro. Entre ambos polos bascula el fabuloso legado cultural que supuso la estancia de los musulmanes en la Península. Córdoba es la gran ciudad califal omeya, la urbe de las maravillas, glosada por poetas de Oriente y Occidente. Granada es el ensueño, la atracción de unos palacios nazaríes levantados en medio de un vergel. A medio camino, pueblos blancos salpican campos y sierras, testigos del pasado. La Ruta no es sólo una lección de historia. Es también un disfrute estético, un goce para los sentidos. La vista se recrea con paisajes espectaculares y destacados lugares patrimoniales. Sabores y productos tientan el paladar del viajero con la sutileza de antiguas recetas. Ecos perdidos parecen revivir en muchas fiestas y tradiciones. Almazaras y viñedos seducen el olfato con sus aromas exuberantes. La Ruta, en definitiva, nos hace un poco más sabios, enriquecidos por el conocimiento de una tradición antigua, que se remonta a muchos siglos atrás. Los territorios de la Ruta del Califato se integraron con rapidez en el naciente estado de al-Andalus tras la llegada de los musulmanes a la Península. Sus poblaciones, herederas de un rico pasado romano y visigodo, crecieron y se ampliaron, adoptando una configuración urbana. Cabra, Luque, Baena, Alcaudete... aparecen pronto citadas en las fuentes más antiguas. Con la proclamación del Califato por Abd al-Rahman III, Córdoba y su área de influencia viven su época dorada. A la suntuosa corte califal llegan emisarios, sabios y artistas de todos los rincones del mundo conocido. A partir del siglo XI, tras la caída del estado andalusí, Córdoba y Granada se convierten en sendos reinos. La unidad impuesta por almorávides y almohades, entre finales del siglo XI y finales del XII, dio un nuevo impulso a las poblaciones de la comarca, que juegan ahora un papel militar de primer orden. La victoria cristiana en las Navas de Tolosa, en 1212, convirtió en fronterizos a los pueblos de la Ruta. Castillos y atalayas jalonan un paisaje sobre el que castellanos y nazaríes juegan las últimas bazas antes de la caída de Granada. Apagado el estruendo de las armas, los pueblos ven cambiar poco a poco su fisonomía. Las iglesias se alzan donde antes había mezquitas, y los palacios de los señores dejan en las calles la impronta de la nueva situación. Culturas superpuestas, el resultado es una integración maravillosa, en ocasiones realizada con dolor. La consecuencia: un crisol de monumentos y paisajes, un sobrecogedor viaje por la historia viva y la tradición. Córdoba es, como no podía ser de otro modo, nuestro punto de partida. La ciudad asombra al viajero por la monumentalidad de su mezquita. Explosión de color, volúmenes y luces, un bosque de columnas y arcos sobrecoge a quien tiene la fortuna de adentrarse en su interior. Muy cerca de Córdoba se levantó la ciudad de Madinat al-Zahra, capital califal durante apenas una centuria. Salones, palacios y jardines debieron sorprender a quienes tuvieron la fortuna de visitarlos en todo su apogeo. Una larga vida de siglos como ruinas abandonadas no empaña la belleza de estas piedras, testigos mudos de un esplendoroso pasado. Dejando atrás Córdoba, la ruta se divide en dos ramales, aunque ambos confluirán, más adelante, en la majestuosa villa de Alcalá la Real. El primer ramal sigue la cuenca del río Guadajoz. Espejo, y especialmente Castro del Río, beben de sus aguas. El castillo de Espejo preside la villa. Dos bellas iglesias góticas fueron construidas por los cristianos sobre los derribos de las viejas mezquitas musulmanas. Huertas, frutales y un ajedrezado de espigas dan la bienvenida al viajero antes de entrar en Castro del Río. Villa de origen romano, sus murallas y castillo protegen un conglomerado de calles y plazuelas, salpicadas de antiguas iglesias. La siguiente etapa nos lleva hasta Baena, con su paisaje de campiña, estación intermedia antes de emprender el camino hacia Luque y Zuheros, en las estribaciones de las Sierras Subbéticas. Olores de aceite recién prensado seducen el sentido del viajero que se encuentra en Baena, extasiado ante la contemplación de sus numerosos monumentos. Los castillos de Luque y Zuheros impactan por la rotundidad de su emplazamiento, desafiantes, casi inexpugnables. La ruta se interna en la campiña de Jaén penetrando por el puerto de Alcaudete. Más adelante, entre sierras cada vez más espesas, el camino llega hasta Castillo de Locubín. Una tierra feraz y una posición estratégica han marcado la historia de Alcaudete. Castillo de Locubín se rodea de una muralla de elevadas crestas y un ejército de olivos que le dan vida. Volvamos sobre nuestros pasos para retomar el segundo ramal de la ruta, el que nos lleva hasta Fernán Núñez y Montemayor. El paisaje se nos muestra repleto de viñedos y olivares. Preside la villa de Fernán Núñez el Palacio Ducal, uno de los edificios más singulares de la arquitectura civil cordobesa. El nombre de Montemayor lo dice todo: un enclave estratégico que domina la campiña. Montilla, Aguilar de la Frontera, Lucena, Cabra y Carcabuey se suceden hasta que de nuevo surgen los riscos calizos de la Subbética. Y más allá, Priego, en medio de un circo montañoso que sombrea su huerta. Como un barco blanco con la quilla varada entre viñedos aparece Montilla. Excelentes caldos seducen el paladar del viajero. La plaza de San José, de curiosa forma octogonal, es el centro de la vida cotidiana en Aguilar de la Frontera. Desde su altura, la Torre del Reloj mide el tiempo de la existencia diaria. Lucena es el resultado de la sabia mezcla de tres culturas: cristiana, judaica y musulmana. El principal testigo de la huella andalusí es el castillo del Moral, que señala el corazón del primitivo núcleo urbano. Arrullada por arboledas y manantiales descansa Cabra, una de las poblaciones más antiguas de la comarca. El castillo, la plaza Vieja, la iglesia de la Asunción... son monumentos que justifican por sí solos la visita. Carcabuey es un pueblo pequeño en tamaño pero grande en patrimonio. Su caserío vive al pie de un castillo de origen musulmán, enriscado en un monte. Capital del barroco cordobés, Priego guarda auténticas joyas artísticas como el Sagrario de la Asunción, la Aurora y la Fuente del Rey. Alcalá la Real es el punto en el que confluyen los dos ramales de la Ruta. Populosa ciudad y fortaleza, es la llave del histórico camino entre Córdoba y Granada. La majestuosa fortaleza de la Mota corona el cerro que domina la población. Ya en tierras de Granada, nuevamente el camino se bifurca. A la derecha surge Pinos Puente, en línea directa hacia Granada. A la izquierda, blancos caseríos salpican la vega granadina y la sierra de Huétor. Son los pueblos de Moclín, Colomera, Güevéjar, Cogollos Vega, Alfacar y Víznar. Pinos Puente, en plena vega granadina, debe su nombre al puente de época califal que salva el río Cubillas. Moclin ofrece una de las estampas medievales más sorprendentes de Andalucía. Calles estrechas y empinadas dibujan el paisaje urbano de Colomera, situada en la ladera de un cerro coronado por la iglesia renacentista de la Encarnación. Güevéjar simboliza la resistencia de un pueblo a los reveses de la naturaleza. En 1884 un terremoto acabó con todo su caserío, por lo que sus habitantes decidieron trasladarse a la zona que ahora ocupa el pueblo. Cogollos Vega recorta su perfil blanco bajo un picacho de aspecto alpujarreño. Su carácter serrano se afianza al recorrer sus calles. La limpieza de las aguas de Alfacar hizo de este lugar uno de los favoritos para el solaz de los monarcas granadinos. Víznar, un pueblo que nació al conjuro del agua, remonta sus orígenes a la Edad Media. La de Aynadamar es la mayor acequia trazada en época andalusí. Tras pasar por sierras, campiñas y vegas, la ruta llega a su fin en Granada. La recompensa está clara: la contemplación de la Alhambra justifica por sí misma una y mil travesías. Los palacios nazaríes parecen flotar sobre las aguas de los estanques, quizás evocando el paraíso prometido. Jardines y torreones permiten la ensoñación de cuentos lejanos. Pero Granada no es sólo la Alhambra. Nadie mejor que uno de sus hijos más queridos, Lorca, para describirla: "Granada es una ciudad para la contemplación y la fantasía, donde el enamorado escribe mejor que en ninguna otra parte el nombre de su amor en el suelo. Las horas son allí más largas y sabrosas que en ninguna otra ciudad de España. Tiene crepúsculos complicados, de luces constantemente inéditas, que parece no terminarán nunca". Hemos acabado nuestro recorrido. Es momento de recapitular, de recrearnos en nuestras propias impresiones sobre lo vivido. Atrás hemos dejado una gastronomía maravillosa, variada y rica. Los productos de la tierra son su base. El agua, bien siempre escaso, es aprovechada con sabiduría, rico legado andalusí. El vino y el aceite virgen son los dones más preciados, aquellos que el hombre arranca con mimo a esta tierra. Los olivares tapizan los campos de la Ruta, como si de un manto verde se tratara. La elaboración del aceite responde a una tradición milenaria, con la almazara, del árabe al-maysar, como elemento fundamental. El vino de Montilla Moriles, fino, amontillado, oloroso o joven, sirve de aperitivo y excelente acompañante de una buena mesa. Pucheros, migas, arroces, fritos, guisos, dulces... El recetario de los fogones de la Ruta resulta abundante y consistente. Los ecos de al-Andalus resuenan en el universo tradicional de las poblaciones de la Ruta del Califato, fundidos con los rasgos de las culturas que le precedieron y le siguieron. La huella andalusí se percibe en muchos de los oficios tradicionales. Cerámicas, labores del cuero, orfebrería, textiles... El ciclo festivo anual se inicia en los primeros días del año y tiene su momento cumbre en la Semana Santa. Carnaval, romerías, ferias, cruces de mayo... Siguiendo la Ruta del Califato hemos podido disfrutar de mil atractivos distintos. Nos ha permitido soñar y encontrarnos con un pasado esplendoroso. Nada nos ha dejado indiferentes. En definitiva, nos hemos hecho un poco más sabios.